Revista Velvet | Por qué debes conocer a Pablo Luna
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Por qué debes conocer a Pablo Luna

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Por qué debes conocer a Pablo Luna

POR Francisca Olivares | 19 mayo 2020

Vive en Bali junto a su novia diez años mayor. Se levantan a meditar todos los días a las tres y media de la mañana, solo usan ropa hecha por ellos, juntos desarrollan proyectos hoteleros sustentables, y ahora están incursionando en una línea de joyería con bambú, oro y plata que enamoró a la ex editora de Vogue India. Así es la vida del hijo mayor de Pablo Zalaquett. Un hombre que se fue de Chile cansado de vivir para los demás y que puede “entender cierta violencia social después de casi treinta años de silencio”.

Hace tres años que Pablo Luna (28 años) vive en Bali junto a su novia, la diseñadora de moda e interiores Chi-Chi Okoro. Con ella lleva un estilo de vida marcado por la sustentabilidad. Son veganos y usan ropa orgánica, hecha por ellos, con materiales de origen vegetal. Tienen una pequeña casa con vista a un campo de arroz y todos los días se levantan a meditar a las tres y media de la mañana. Al lado está su taller –Pablo Luna Studio– donde trabaja para desarrollar proyectos como un hotel de bambú en Costa Rica, que sigue el patrón de otros que ya ha realizado en la isla (como lo fue la expansión del hotel boutique Stonehouse). También hace joyas con este pasto. Piezas de arte que, según cuenta, han fascinado a personas tan influyentes como la ex editora de Vogue India y activista sustentable Bandana Tewari, quien lo ha asesorado en el proceso.

Pablo, el mayor de los cuatro hijos de Sylvia Bustamante (creadora del Madrid Flower School en España) y Pablo Zalaquett (alcalde De Santiago entre 2008 y 2012), decidió cambiar su apellido cuatro años atrás por “Luna”, debido a su amor por lo desconocido y el querer vivir en constante cambio. En Chile estuvo a fines del 2019. Aunque antes de venir dudó–en especial porque en ese momento se estaban viralizando muchos videos de calles, avenidas y carreteras tomadas–, siguió con su plan para estar con su familia y aterrizó en un momento en que los aviones llegaban casi vacíos a Pudahuel. Eso fue el 14 de noviembre, a casi un mes del estallido social del 18-O. Un día antes de que en el ex Congreso Nacional se firmara el histórico acuerdo para cambiar la Constitución.

Como a todos, la coyuntura lo marcó; considera relevante ponerse la mano en el corazón y buscar soluciones, sobre todos para los más necesitados de respuestas: “Hace un año y medio que no venía. Me alegra ver que la mayoría está alineada con lo que está pasando y estemos, no solo preguntándonos, sino que trabajando por el Chile que queremos construir. Lo de la violencia no es algo que comparta, y me parece un atajo para todo tipo de soluciones, pero también puedo entender a los que sienten que cierta violencia era necesaria después de casi treinta años de silencio”. “La vida tiene muchas aristas”, agrega, “está la música, el trabajo, el arte, el pensar. También está el caminar. Son muchas las cosas que nos hacen sentir humanos y hoy, para mí, estamos viviendo una crisis en este entendimiento del vivir. Entonces, el cuestionamiento debe ser profundo porque tiene que ver con lo que respecta a nuestra convivencia diaria, la gente con que nos relacionamos y las palabras que usamos. A mí me interesan mucho las palabras. Es de donde nace hoy nuestra capacidad para poder generar realidad”.

“El gran tema está en la escasez de oportunidades, que se ha generado por una falta de empatía humana”, dice. También considera que se requiere más educación cívica, entender los procesos y tiempos políticos, lo que nos permite actuar con mayor eficiencia para buscar “puntos de empatía, puntos de encuentro humano”. Sin embargo, como artista, lo que más le preocupa es la definición de éxito en estos acuerdos. “Celebrar palabras me asusta, ya que pone pausas a la reflexión, lo que no nos podemos permitir. Es un poco la vida en general, el meditar nos acompaña en el día a día y permite mantener conversaciones transversales en relaciones tanto laborales como personales. No es solo decir que vamos a pagar más dinero, sino que es realmente preocuparse de la gente que trabaja con uno, conocerla y conectar con ellos”.

Cuenta que se fue de Chile debido al bullying que vivió en el colegio. “Nada extremadamente grave”, aclara, pero fue eso lo que lo motivó a tomar la oportunidad que le daba su mamá, quien en ese momento estaba viviendo en Nueva York. Cuando se fue del país, se propuso hacer algo por lo que sería admirado y así nunca más alguien le diría algo negativo. ”Desde ahí solo he creado lugares de amor y me relaciono con personas llenas de risa, independientes, que celebran la locura. Pero me dio mucha pena en su minuto, porque me di cuenta de que estaba viviendo para otras personas. Ha sido un trabajo aprender a vivir para mí, y perseguir mis sueños sin miedo a la crítica o el que dirán”.

“Creo que el bullying social hoy es muy fuerte y transversal. Y probablemente una de las claves de nuestro despertar como país. En otras palabras, no respetar los derechos del otro es una forma de bullying. Porque no respetar la manera vivir, vestir o sentir del que está a mi lado crea distancias invisibles, distancias que se esconden en palabras cobardes. Mi invitación es a dejar las palabras de odio y buscar como sociedad vivir una vida de amor… Amor a la vida, al trabajo y a los desconocidos que nos acompañan en este camino, ¡porque son los que lo hacen posible! Es desde este sentimiento en el que como colectivo podemos empezar a soñar otra vez. Sueños que nacen de un balance en nuestro compartir, de un respeto mutuo. No hay nada mejor que hacer un regalo o decirle algo lindo a otra persona, es hermoso vivir en este espacio”.

“Me costó acostumbrarme al veganismo, pero lo hice por amor”.

Como sobrino del artista plástico Francisco Bustamante, cuenta que lo admira y que en Nueva York compartió mucho con él. En esa ciudad decidió no seguir estudiando ingeniería comercial en la Adolfo Ibáñez. A la arquitectura llegó porque lo fascinó el amor que un amigo le mostró por esta profesión. Fue así como tomó ese camino e ingresó a Columbia University. Ahí obtuvo su Bachelor. ¿Cómo apareció Bali en su destino? Todo partió cuando fue a ayudar en la mudanza que estaba haciendo la familia de una amiga de la universidad y le iban a pagar 200 dólares. Se sintió tan entusiasmado con las cosas que vio y aprendió, como, por ejemplo, la historia de algunas alfombras antiquísimas, que de, agradecido, se negó a recibir el monto acordado. Dos semanas después lo convidaron a ser parte de un proyecto en Bali. Pasó todas las pruebas que se exigían y trabajó en la construcción de hoteles de bambú.

En Bali fue el lugar donde se enamoró de Chi-Chi. Llevan dos años juntos y con ella amanece cada día a las tres y media de la mañana. A esa hora, inspirados en los sadhu de India –que creen que de tres a cinco y media de la mañana se puede tener toda la atención de Dios– llevan dos cojines a la pequeña terraza que da a los campos de arroz. Primero, Pablo hace fuego en un recipiente de cerámica donde hay restos de madera de su taller, mientras que Chi-Chi prepara un agua con limón para desalcalinizar el cuerpo junto a un té de jengibre. Luego meditan y conversan (aunque confiesa que a veces pueden estar medio dormidos). Lee cada mañana y, día por medio, tiene clases con un profesor de box. Después se dan un baño en una tina de cobre (dice que uno debería darse muchas tinas) y toman smoothies con spirulina. “Me costó acostumbrarme al veganismo, pero lo hice por amor. También me ha ayudado mucho físicamente. Te ayuda a estar más presente. Yo estaba desconectado de mi cuerpo y con esta alimentación me siento más, a la vez que ando muy ligero”.

A las siete de la mañana empieza a trabajar, la gente de su taller llega alrededor de las ocho. La jornada dura hasta las cinco de la tarde y él se queda un poco más. Vuelve a su casa, come con Chi-Chi, toman alguna una copa de vino tinto orgánico y se quedan dormidos alrededor de las ocho y media, a no ser que se junten con amigos o vayan a un cine donde dan películas antiguas. Por lo menos una vez al mes, se toman un fin de semana para ir a algún hotel nuevo o recorrer la isla.

Con Chi-Chi, además, trabajan juntos. Tanto en las joyas, como en el proyecto de un hotel en Costa Rica, que ella lidera. Su inicio en la orfebrería partió cuando Pablo vio en el suelo un pedazo de bambú que le gustó, se lo colgó y empezó a llevarlo como collar. Al poco tiempo fue a una fiesta, donde se topó con la ex editora Bandana Tewari. Ella quedó impresionada y le dijo que hiciera más. “Ahí me di cuenta del valor que podía haber y empezamos a hacer esta línea de joyas que son a escala artesanal con dos joyeros”. Actualmente, sus joyas combinan bambú, plata y oro.
Sobre el futuro prefiere no hacer demasiados planes. Dice que no sabe dónde vivirá de aquí a un tiempo y que será donde realmente lo lleve la vida. “No me amarro a Bali, a Costa Rica, o a Chile… Me encantaría vivir en Europa, tengo pensado volver a estudiar. Pero no hay reglas. Por ahora estoy siendo sincero con mi trabajo, haciendo lo mejor que puedo y viendo qué puertas se van abriendo”.

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