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POR Lenka Carvallo | 26 noviembre 2019

Tras el estallido más potente de nuestra era democrática – qué duda hay -, cuando la nube de humo y polvo aún no se disipa, si hay algo que ya podemos dar por hecho es que la clase política se llevó la parte más potente de la ola expansiva, en especial la vieja generación que durante más de tres décadas se rigió bajo sus propios principios y formas de encausar el poder: en la derecha, aferrándose a los mandatos neoliberales, la Constitución del ’80, a Pinochet ; en la izquierda, con la intransigencia ideológica a como dé lugar, el bloqueo de ideas diferentes a las propias y la ceguera política.

Fue el acuerdo por la paz y la nueva Constitución firmado el pasado 15 de noviembre, el que obligó a dar el gran salto cuántico, relevando en el acto a una serie de figuras vinculadas al pasado. Emergieron desde diversos sectores políticos los hombres y mujeres que de seguro liderarán la nueva política de cara al futuro, es de esperar que con mejores prácticas y con real vocación social. 

En la derecha y el gobierno, la lista la encabeza el ministro del Interior Gonzalo Blumel, destituyendo simbólicamente a su antecesor, Andrés Chadwick, quien en una conferencia en Icare aseguró que jamás se abandonaría la Constitución del ‘80. A la vocera Carla Rubilar, buscando empatizar con las demandas de la calle y su dolor, más allá de la “guerra” declarada en los primeros días por el Presidente Piñera. A el ministro de Hacienda Ignacio Briones, buscando acuerdos para mejorar la pensión básica solidaria y con un acuerdo tributario sin reintegración, la que según su antecesor, Felipe Larraín era “el corazón de la reforma”. En RN, el timonel Mario Desbordes buscó acuerdos y diálogo, y no dudó en reconocer su dolor porque su padre recibiera una jubilación indigna, mientras su hijo universitario que protesta en las marchas por un Chile más justo. 

En fin, las muestras también están en la centro- izquierda, el rol de los senadores del PPD Felipe Harboe y Ricardo Lagos Weber (PPD); más a la izquierda todavía, con el diputado por Magallanes, Gabriel Boric, cuya militancia en Convergencia Social fue congelada tras desmarcarse de su partido y firmar el acuerdo, lo que involucró la renuncia de 112 miembros del grupo. El amargo triunfo de Boric lo releva como parte de la nueva camada que busca reivindicar los acuerdos abiertos, sin cocina y a plena luz del día. Algo que según el PC y varios en el Frente Amplio, aún esta por verse.

El rol de estos hombres y mujeres será recuperar las confianzas en una ciudadanía que ya no cree en nadie, menos en la clase política —como de hecho lo muestran diversas encuestas—,  que duda de estas figuras, no importa su edad, sexo, partidos o ideologías. Pero que tras jugarse por un acuerdo político para derogar la Constitución de la dictadura, hoy al menos cuentan con un mínimo capital, sentido histórico y también moral para dar una señal fundamental —tal vez tarde, pero qué se le va a hacer— al acordar terminar con el ajustado corset con el que se ciñó nuestra democracia post-dictadura y de la que es necesario liberarse para respirar ojalá, un aire más limpio (para todos).

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