Revista Velvet | Agustín Squella: “Los constituyentes nos vamos a abrazar al final de este trabajo”
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Agustín Squella: “Los constituyentes nos vamos a abrazar al final de este trabajo”

Agustín Squella: “Los constituyentes nos vamos a abrazar al final de este trabajo”
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Agustín Squella: “Los constituyentes nos vamos a abrazar al final de este trabajo”

POR equipo velvet | 27 noviembre 2021

Por Paula Comandari Fotos Maglio Pérez

Agustín Squella Narducci no sabe manejar. Este abogado, periodista, profesor y columnista dice que se mareaba cada vez que lo intentó. Ahora, en el último tiempo, lo que podría decirse lo tiene un tanto mareado es el devenir de la Convención Constitucional; por momentos la siente demasiado confrontacional y preocupada de la contingencia.

A sus 77 años, Squella –casado con Sylvia Urquiza Salgado, padre de tres hijas, abuelo de nueve nietos y del Wanderers– transita entre Santiago y Viña del Mar. Acostumbrado a cocinar, en este nuevo escenario de vida lo hace tarde mal y nunca. El tiempo escasea y, por las noches, apenas alcanza a ir por algo de queso, pan y aceitunas. La entrevista la hicimos en Viña del Mar, ciudad en la que ha vivido gran parte de su vida. A ratos, sale en la conversación un aire pesimista por la coyuntura del país, percibiendo incluso “pánico” en su círculo cercano. Agustín Squella repite lo que alguna vez apuntó el teórico Antonio Gramsci: que hay que dejar de lado “el pesimismo de la razón” y desarrollar el “optimismo de la voluntad”.

–No han sido meses fáciles para Chile. ¿Cuál es su estado de ánimo actual?

–De preocupación… no de temor, menos de pánico. El país vive desde hace dos años una crisis social y política evidente. Y mundialmente, con efectos graves en Chile, una crisis económica. Añadamos a eso una crisis sanitaria producto de la pandemia. Hay justificados motivos para estar preocupados por el presente y futuro del país. Pero estas crisis se deben enfrentar con racionalidad.

–¿Ve entre sus cercanos el pánico que usted menciona?

–Por momentos, en mi círculo lo que predomina es el pánico.

–¿Alguna vez proyectó que la Convención iba a desenvolverse así??

–No me imaginé que la Convención iba a ser tan diversa como resultó. Pero lo veo como un bien, no como un mal ni como una amenaza. También me impresionó la edad promedio de los convencionales: 45 años. Yo soy uno de los convencionales que impidió que ese promedio fuera todavía más bajo. Me parece bien que predomine una edad como esa porque la Constitución es para los próximos 40 años.

–Se ve un choque generacional importante. Incluso pareciera haber desprecio por las personas de más edad. ¿Lo ha sentido?

–Dentro de la Convención no. Al comienzo sentí cierta soledad, proveniente probablemente de mi edad y también de que soy independiente. Al inicio no encontré muchos interlocutores. Hubo días en los que hablaba con muy pocas personas y por tanto me propuse conversar, ojalá con todos. Por fortuna, la soledad no se transformó en aislamiento. A poco andar me di cuenta de que podía conversar con facilidad, incluso con altos grados de entendimiento, con convencionales que estaban en los grupos o colectivos más diversos, desde la derecha hasta la Lista del Pueblo.

–Usted es abogado, periodista, columnista y político; un intelectual con resonancia mediática, muy oído en Chile en los últimos 30 años. ¿Siente que hoy lo escuchan?

–Siento que me escuchan, por supuesto unos más que otros, lo cual es perfectamente natural. He tenido suerte en todos los aspectos de la existencia personal que usted menciona, y creo que la estoy teniendo una vez más. He conseguido relacionarme de muy buena manera, con personas que muchas veces están lejísimos de mis ideas políticas. Veo que este fenómeno también le ocurre a los demás convencionales. Tenemos momentos de dificultad, de debate, de asperezas, que lamento cuando ocurren. Ojalá vayan siendo los menos.

–¿A ratos ha querido no pertenecer a la Convención?

–No, ni siquiera en los momentos de soledad. Lo que va a favorecer que nunca me arrepienta de estar allí es que se trata de una tarea pública con muchísimo sentido. No soy de las personas que cree que la existencia de la especie tiene un sentido en sí misma, sino que cada uno de nosotros le da sentido, o sentidos a su vida, a través del amor, la amistad; a través del arte, del trabajo que escogiste si te gusta.

–¿Entonces encontró sentido aquí?

–Le encuentro mucho sentido al cometido que tiene la Convención de elaborar y preparar una nueva Constitución política para el país, que debemos sacar en un año. Ya sabemos que seis meses no bastan, y vamos a tener que usar el plazo máximo que autorizó la ley. Tendría muy mala presentación ante los ciudadanos que empezáramos a pedir más plazo adicional a ese año. No podemos comportarnos como esas empresas que se hacen cargo de las grandes obras públicas del país y que nunca las entregan a tiempo, que piden alargue y se exponen a multas. La Convención tiene una obra por hacer. No es una carretera ni un aeropuerto, es una Constitución, y creo que es perfectamente posible cumplir con los tiempos.

¿ENEMIGOS U OPONENTES?
–Usted siempre habla de la necesidad de fortalecer la conversación pública en una sociedad donde “el oírse” parece tener serios límites. ¿La Convención es un reflejo de eso?

–Por momentos constato que hasta ahora, en la Convención, se reproduce la aspereza de la conversación que tenemos como sociedad. La escasa disposición a escuchar, a poner atención en lo que sostienen tus oponentes políticos, que es un hecho muy palpable en la sociedad chilena, obviamente se reproduce allí. Lo peculiar de la Convención es que, a diferencia de lo que pasa en la sociedad, estamos obligados a ponernos de acuerdo. Si eso no pasa, equivale al fracaso de la Convención.

–En su discurso de inauguración usted insistió en que los convencionales deben ser oponentes, no enemigos, lo que se percibió como estar “en guerra”.

–No es guerra, porque la democracia es una forma de gobierno que sustituye la guerra. Es una disputa pacífica, que puede ser en alta voz, incluso con un mal lenguaje, pero nunca llega a la guerra. Karl Popper, el filósofo austríaco, decía con razón y cierto pesimismo que la democracia es una forma de gobierno que permite sustituir gobernantes ineptos sin derramamiento de sangre. No está mal: la política es entre rivales, entre oponentes. Es como el fútbol: los jugadores se pueden abrazar al término del partido. Creo que los constituyentes nos vamos a abrazar al final de este trabajo.

–¿A ratos se vive como si fueran enemigos?

–Sí, de pronto. Hay maneras de expresarse en la Convención que muestran demasiado encono y rabia contra quienes sostienen ideas políticas distintas, o contra quienes no estando en la Convención gobernaron el país en el pasado. Cuando la ciudadanía por una abrumadora mayoría elige una Convención, lo que hace es sacar la mirada de la contingencia. Nos encargó proponerle una nueva Constitución para un futuro, y un futuro de un año. No podemos perjudicar ese cometido.

–En algún momento se pensó que usted podía ser Presidente de la Convención, o tener un rol protagónico, considerando que siempre ha influido desde el mundo del derecho, de la filosofía, desde la academia. ¿Siente que ha sido un ejercicio de humildad para un Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales como usted?

–No sé si de humildad, pero sí de ubicación. Creo que se exageró mucho con la posibilidad de que yo fuese Presidente de la Convención, porque además del exceso de años que tengo, no se advirtió que, políticamente, soy una persona que no consigue fácilmente ni la aprobación de la derecha, ni la de la izquierda. Me defino como un liberal de izquierda, entonces cuando digo ‘soy liberal’, buena parte de la izquierda frunce el entrecejo. Y cuando agrego que soy de izquierda, buena parte de la derecha lo arruga también. Quedo con una suerte de mirada desconfiada de los dos sectores. He vivido toda mi vida con eso. No lo lamento, pero introduce muchos límites a las posibilidades que tengo de influir desde el punto de vista político. Yo no he sido un político activo salvo ahora…

–Y con el Presidente Lagos…

–Sí, pero con Lagos bailé con la bonita. Trabajé con él en temas culturales, y a él esos temas le hacían mucho sentido. Fue una actividad política. Tuve que tramitar un proyecto de ley que creó el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, y vérmelas con los senadores y diputados, con las urgencias y todos los problemas que ocurren en ese sentido. Y hoy esto otro. Pero mi vida ha sido casi completamente académica.

–¿Tenía dedos para el piano en el plano político?

–No tengo las destrezas y habilidades que se requieren en el mundo político. Nunca quise. Llegada cierta edad, uno tiene la obligación de saber qué es, no necesariamente quién es. Porque siempre uno es más que uno. Como dice Antonio Tabucchi, a propósito del poeta portugués Fernando Pessoa, cada individuo es un baúl lleno de gente; no somos uno, somos más que uno. Tenemos que manejar esos varios que somos de la manera lo más armoniosa posible. Soy un profesor universitario de provincia, no lo digo para arrastrar el poncho o como señal de humildad; es lo que me define.

–¿Cuál es la crítica que más le ha dolido durante estos meses de Convención?

–Tal vez que algunos me hayan considerado un académico elitista. Yo soy un académico, pero elitista, no sé por qué. Durante mi vida he tenido una vocación por analizar temas de importancia social evidente, en tema de los derechos fundamentales, humanos; los pueblos originarios, a los que les he puesto mucha escucha durante la Convención. He aprendido mucho.

–Usted ha recalcado que en la Convención no importa “quiénes somos, sino que dónde y para qué estamos”. En su discurso, por lo demás, se centró en la necesidad de tolerancia activa, en ver a los demás como opositores y no como enemigos.

–Importa la individualidad o colectivos de pertenencia que uno reconoce, y es legítimo que cada convencional lo haya expresado, sin perjuicio de que ahora hay que poner más el acento en donde estamos y para qué, más que en quiénes somos.

–“Ser más huemul y menos cóndor”, dijo usted, fuerte metáfora para describir el ambiente interno.

–Gabriela Mistral mandaba recados a Chile. Uno de esos mensajes tan pertinentes a la hora presente era el que ella, pensando en la propia imagen del escudo patrio, dijo que nuestra historia se parecía más a un cóndor carroñero que a un pacífico y sensible huemul, y en consecuencia pidió menos cóndor y más huemul. Creo que es una lección que debemos adoptar en la Convención.

“EL VOTO EN BLANCO ES MUY POLÍTICO”

Squella asume que es un hombre de izquierda. Sin matices. Para él quienes se definen de centroizquierda o centroderecha, en el fondo quieren decir que son moderados. “Y la izquierda y derecha no son los extremos del cuadro político. Son la extrema izquierda y la extrema derecha de las que hay que arrancar”, dice.

El cierre de esta edición fue unos días antes de las elecciones del domingo 21 de noviembre, cuando las encuestadoras ya no podían divulgar más resultados, y dejaron a José Antonio Kast (Frente Social Cristiano) y Gabriel Boric (Apruebo Dignidad) como punteros en la presidencial, seguidos por Yasna Provoste, por quien Squella mencionó abiertamente que votaría en primera vuelta –“y espero hacerlo en segunda, ése es el sector político por el que yo he votado invariable- mente”, declara–, Sebastián Sichel, Marco Enríquez-Ominami, Franco Parisi y Eduardo Artés, respectivamente.

–¿Hay que arrancar entonces de algunas candidaturas que están en carrera?

–Identifico una candidatura de extrema derecha, la de Kast. La candidatura de Boric no la calificaría por el momento de extrema izquierda, porque la extrema izquierda está en contra de la democracia como forma de gobierno, como ocurrió en Cuba, Venezuela o Nicaragua.

–¿Una candidatura de Boric apoyada por el Partido Comunista no se ubicaría también en el extremo?

–El PC es una cosa tan atípica, tan incomprensible, sobre todo en los últimos cuatro años en Chile, que no me atrevo a calificarlo de izquierda ni de ultra izquierda. Lo noto como un partido extremadamente oportunista, que nunca está en los momentos decisivos de la vida nacional. Ni en el plebiscito de 1988, ni en la transición larguísima hacia la democracia –salvo en el segundo gobierno de Bachelet–, ni en el Acuerdo por la Paz de noviembre de 2019, y después los ves intentando tomar un rol protagónico exagerado. El PC no se resigna a tener el papel de acuerdo al número de convencionales que tiene, como se resigna el colectivo del Apruebo o cualquier otro. Hablan, se expresan y proceden como si representaran un electorado mucho más grande.

–¿Ve un riesgo de que esa postura del PC se permee en un eventual gobierno de Boric?

–En el caso de la candidatura de Boric, hay cierto riesgo de que se transforme en un gobierno de extrema izquierda, porque hay agentes políticos que lo apoyan que no sólo ignoran las violaciones sistemáticas y prolongadas a los derechos humanos, sino que aplauden como si fueran un modelo. No me parece que Boric encarne eso. Pero hay un riesgo, porque las personas nunca renuncian a sus ideas, y van a presionar –si Boric es presidente– para llevarlo a posiciones extremas. Allí, él tendrá que tener el carácter y el apego a sus ideas democráticas para no dejarse llevar por esas influencias.

–Si el escenario de la segunda vuelta electoral, programada para el próximo 19 de diciembre, es Kast / Boric, ¿por quién votaría?

–Tengo la más completa seguridad que no votaré por Kast, pero tampoco tengo la certeza que lo haría por Boric. Lo pensaré en su momento. Hay siempre una alternativa válida: votar en blanco. Cuando el menú que te ofrecen en una elección no te satisface, ocurre lo mismo que cuando vas a un restaurante: si no te gustan las opciones, no pides nada. El voto en blanco es muy político y dice una sola cosa: no me gustó el menú. Tengo que reconocer que en la última elección presidencial, voté por Carolina Goic, pero en segunda vuelta, voté en blanco.

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